lunes, 21 de mayo de 2012

El puritanismo y la guerra

El Calvinismo viajó desde su fortaleza en Suiza hacia otros países. En los Países Bajos, los calvinistas jugaron un papel muy grande en la agitación y el estallido de la guerra de los Ochenta Años, la cual nos dio el Banco de Amsterdam. En la Gran Bretaña, el calvinismo fue la base de la religión Puritana.
Como sus hermanos calvinistas en Holanda, algunos puritanos ingleses decidieron reafirmar su tenebrosa y oscura creencia y también sus propios intereses materiales, propiciando la revolución violenta.

En el año 1642, un grupo de ricos y prominentes puritanos británicos dirigieron una guerra civil a gran escala contra el rey de Inglaterra, Carlos I. A los ojos de los puritanos, Carlos I había cometido crímenes contra Dios habiéndose casado con una católica y tolerado el catolicismo.
Después de ganar la guerra civil y haber decapitado a Carlos, el ejército victorioso de los puritanos colocó a su propio dictador a cargo de los británicos: Oliver Cromwell.
Bajo Cromwell, los puritanos tenían el poder de afirmar sus creencias religiosas en la arena de la política exterior. Los puritanos ingleses creían firmemente en el concepto del Armagedón o Batalla Final. Ellos creían en que la gran batalla final había empezado y alcanzado su climax al final del siglo XVII y que la guerra civil de los puritanos contra el rey Carlos I formaba parte de la batalla.

El Papa fue llamado el anti-Cristo y el catolicismo fue considerado una herramienta de Satanás. Cromwell trató de modelar la política exterior inglesa dentro de esas creencias trabajando por solidificar la unidad del protestantismo internacional y por hacer la guerra contra los católicos en varias regiones de Europa.
Cromwell creía que los puritanos ingleses era “el segundo pueblo escogido” por Dios y que todas sus acciones formaban parte de la profecía bíblica.
La cosmología calvinista hizo mucho para modelar las ideas puritanas sobre la guerra.
Combatir en la guerra fue glorificado por los puritanos quienes creían que la tensión y la lucha, eran elementos permanentes de los esquemas cósmicos debido a la lucha eterna entre Dios y Satanás.

El profesor Michael Walker, en su curioso libro: “La Revolución de los Santos:
un estudio de los orígenes de las políticas radicales” explica su creencia de esta manera:

A los hebreos se les consideraba como “los primeros escogidos” por Dios pero habían caído fuera de su favor.

“Así como hay permanente oposición y conflicto en el cosmos, así mismo hay permanente guerra en la Tierra… Esta tensión es en sí misma un aspecto de la salvación: un hombre relajado o distendido es un hombre perdido”.
Es vital comprender esta idea puritana porque exalta la guerra como un paso necesario para la salvación espiritual. Esta fue también una de las semillas que nos trajo la filosofía marxista con el “materialismo dialéctico”. Esta creencia puritana es una de las ideas más perniciosa nunca antes enseñada por las religiones Custodias. Esto causó en los puritanos la visión de la paz como un enfrentamiento a Dios porque la paz significa que la lucha contra Satanás cesó. “La paz del mundo es la más encarnizada guerra contra Dios”, escribió Thomas Taylor en 1630.  El más alto llamado de un hombre puritano era el de marcharse a la guerra para la gloria de Dios. Cuando no hubiera guerra en progreso, los hombres serían estimulados a realizar ejercicios militares por recreación:
“Y con respecto a la religión, ya que cada hombre tendrá recreaciones, que lo harán mejor y más libre del pecado, que es el mejor esfuerzo del hombre,…..entonces abandona su partida de naipes, sus dados, su crueldad sin motivo, su pérdida de tiempo, su conversación grosera y su vanidoso delirio fuera de tiempo, para frecuentar esos ejercicios militares.”

El ennoblecimiento puritano de la guerra, acoplado a su austero pragmatismo ayudaron a traer mayores cambios en la manera de combatir en la guerra. Las generaciones más antiguas sentían que el Renacimiento había traído un efecto muy interesante sobre la guerra en Europa. La guerra se había convertido en una actividad de “caballeros” adornados y llenos de fanfarronería. Los gobernantes europeos gastaban considerables sumas de dinero para crear ejércitos estéticos y coloridos. Brillantes uniformes, banderas ondeantes y fantásticas armaduras estaban a la orden del día. Significativamente, la pompa remplazó el combate en el campo de batalla. Más a menudo que nunca, los ejércitos resplandecientes del Renacimiento se empeñaban en interminables maniobras unos contra otros con poco contacto real. Es notable que después de un espectáculo de enorme pompa muy frecuentemente ocurría un estancamiento militar y seguía una maniobra caballeresca conocida como la caracola.

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