miércoles, 17 de agosto de 2016


                                      ANTECEDENTES  DEL  ANTIGUO  TESTAMENTO

En la antigüedad la humanidad creía en varios dioses, es decir, los pobladores del mundo de entonces eran politeístas, la tradición hace comenzar la historia hebrea en el momento en que el patriarca Abraham abandono Ur, ciudad sumeria hacia el año 1870 antes de Cristo (a.C.), para dirigirse con su clan nómada hacia el sur, hasta el borde del desierto de Canaán, el modelo de dios de Abraham, era un modelo de dios totalmente equiparable a los dioses de la tormenta, dioses padre o dioses guía de otros pueblos semíticos y mesopotámicos, este primer dios fue llamado El. Convirtiéndose así en el gran dios cananeo. En un tratado arameo, de Sefiré-Sudjin, del siglo VIII a.C. y en otros documentos más antiguos es asociado como gran dios cananeo.

Al asentarse en Canaán el pueblo de Israel, El se establece como la divinidad principal de la región. Se le representaba como un varón, patriarcal y gobernante, que se sentaba a la cabeza de un consejo de dioses y dictaba las decisiones a tomar; esta humanización le separaba totalmente de otros dioses locales, como Haddu “el del viento tormentoso”, que no eran más que simples fuerzas de la naturaleza.

Israel se vio obligado desde muy pronto a afirmar la existencia de un único dios. Se trata en realidad, de un monoteísmo puramente practico, de un “henoteísmo” según la terminología habitual, puesto que no se ponía en duda la existencia de otros dioses. Estableciéndose como una necesidad para mantener el orden en una sociedad como la israelita de la época conformada por miserables, temporeros, esclavos y bandidos, se requería una ley cualquiera que viniera sancionada con sello sobrenatural. La sumisión que, desde el principio de la historia hebrea, se rindió a la ley es la fuente de una veneración que, al confundir lo que fueron reglamentos humanos, elaborados para posibilitar la convivencia social, cimentaron las bases de una fe religiosa que ha llegado hasta hoy manteniendo el cumplimiento estricto de esos mandamientos como la vía para “resultar agradable a los ojos de dios”.

De este modo, siguiendo las formulas empleadas por los escribas egipcios y mesopotámicos para referirse a sus reyes, los escritores bíblicos también presentaron al rey David como un protegido de dios haciéndolo un mesías. Empleándose luego a dios como excusa para imponer de golpe el principio de la monarquía hereditaria.

Los importantísimos descubrimientos arqueológicos realizados en el Oriente Próximo durante el siglo XIX, trajeron como consecuencia una imparable curiosidad científica que animo a los expertos a profundizar sobre las circunstancias de los redactores de la biblia, para determinar las peculiaridades de aquellos quienes la escribieron.

La forma actual de los libros históricos y legislativos de la biblia tiene poco o nada que ver con los documentos originales en que se basaron, ya que son el resultado de la amalgama de diferentes colecciones documentales y tradiciones orales que fueron puestas por escrito y, a menudo, reescritas, reinterpretadas y ampliadas en épocas distintas, por personas y escuelas diferentes.

Las más antiguas recopilaciones de tradiciones que aparecen en Génesis, Éxodo, Levítico y Números se remontan a algún momento, de fecha imprecisa dentro de la denominada época de los reyes, probablemente dentro del reinado de Salomón (970-930 a.C.), que es cuando se desarrolló la historiografía israelita. En estos libros aparecen claramente identificables los textos pertenecientes a dos fuentes tradicionales muy distintas, el yahvista y el elohista. La observación de estos tres analistas; Henning Bernhard Witter, Jean Astruc y el erudito alemán Johann Gottfried Eichhorn fue tan sencilla como darse cuenta de que en los libros del Pentateuco (los cinco primeros de la biblia, que tienen a Moisés por supuesto autor) había muchas historias que se duplicaban, pero que lo hacían con notables contradicciones al relatar los mismos hechos, usaban estructuras de lenguaje diferentes y, en especial, variaba de uno a otro el nombre dado a dios: uno le identificaba como Yahvé y el otro como El o Elohim (plural de El, dioses), de ahí el nombre que se dio a esas fuentes.

Dado que ambos autores escribieron al dictado de los acontecimientos sociopolíticos que les tocó vivir y de las necesidades legislativas que se derivaron de esos momentos, el análisis de contenido de sus textos muestra claramente como el yahvista vivió en Judá mientras que el elohista lo hizo en Israel. En algún punto de la historia ambas tradiciones se juntaron y fundieron en una sola. Veamos lo que apunta Richard Elliot Friedman, teólogo y profesor de hebreo de la Universidad de California, el razona que: “En el curso de las investigaciones sobre la antigua historia israelita, algunos investigadores han llegado a la conclusión de que, históricamente, solo una pequeña parte del antiguo pueblo israelita se convirtió realmente en esclavo de Egipto. Quizá solo fueron los levitas. Después de todo, es precisamente entre los levitas donde encontramos gentes con nombres egipcios. Los nombres levitas de Moisés, Hofni y Fineas son todos egipcios, no hebreos. Y los levitas no ocuparon ningún territorio en el país, como hicieron las otras tribus.”

Estas investigaciones sugieren que el grupo que estuvo en Egipto y después en el Sinaí adoraban al dios Yahvé. Después llegaron a Israel, donde se encontraron con las tribus israelitas que adoraban al dios El. En lugar de luchar para decidir que dios era el verdadero, los dos grupos aceptaron la creencia de que Yahvé y El eran un mismo Dios. Los levitas se convirtieron en los sacerdotes oficiales de la religión unificada, quizá por la fuerza o bien por medio de la influencia. O quizá no fue más que una compensación por el hecho de no poseer ningún territorio. En lugar de territorio recibieron, como sacerdotes, el diez por ciento de los animales sacrificados y las ofrendas.

En 1798 los investigadores ya habían ampliado la nómina de redactores del Pentateuco de dos a cuatro, al observar que dentro de cada fuente también se daban duplicaciones de textos con personalidad propia y definida. Así se descubrió la fuente denominada sacerdotal, que se ocupa, fundamentalmente de fijar las costumbres relativas al culto y los ritos. Estos tres compiladores, yahvista, elohista y sacerdotal, redactaron los cuatro primeros libros del Pentateuco y una cuarta fuente, bautizada como el Deuteronomista, redacto el quinto. Quedaba así definitivamente demostrado que Moisés no escribió la parte más fundamental de la Biblia.

El Deuteronomio y los seis libros que le siguen en la Biblia, los de los denominados “Profetas anteriores” (Josué, Jueces, I y II Samuel y I y II Reyes) fueron escritos en Judá, probablemente en Jerusalén, durante el siglo VII a.C., por la mano de un recopilador que se basó en tradiciones y documentos ya existentes para narrar la peripecia del pueblo de Israel desde su llegada a Palestina hasta la toma de Jerusalén por Nabucodonosor hacia el año 587 (fecha en que dio comienzo la época de exilio y cautividad).

Tras las investigaciones científicas modernas, resulta evidente que el Deuteronomio, que supuestamente fue encontrado por el sacerdote Jilquias bajo los cimientos del templo de Jerusalén en el año 622 a.C., así como el resto de los escritos deuteronómicos, fue redactado para proporcionarle al rey Josías una base de autoridad (“el libro de la Ley” se atribuyó a Moisés/Dios) en la que fundamentar definitivamente su reforma religiosa, que centralizo la religión alrededor de un solo templo y altar, el de Jerusalén, y dotó de gran poder a los sacerdotes levitas. Nos encontramos, por tanto, ante lo que ya en 1805 fue calificado de “fraude piadoso” por el investigador bíblico alemán De Wette.

José Mendoza

17-08-2016