Los colonos cooperativos aceptaron el papel moneda con la promesa de que los billetes iban a ser respaldados de alguna forma una vez ganada la guerra. A medida que las Notas Continentales salían de la imprenta de Benjamín Franklin, en esa misma medida se desataba la inflación. Con la impresión cada vez más de billetes se encendió la hiperinflación. Después de ganada la guerra, se estableció una nueva moneda “dura” (respaldada por metal) y las Notas Continentales eran redimibles sólo al cambio de cien por un dólar, como se denominó la nueva moneda. Esta fue otra muy clara y dolorosa lección de cómo el papel moneda, la inflación y la devaluación pueden ser herramientas efectivas para ayudar a una nación a combatir en una guerra.
Irónicamente, algunos de los Padres Fundadores Norteamericanos usaron la experiencia de las Notas Continentales para impulsar la creación de un Banco Central siguiendo el modelo del Banco de Inglaterra y así establecer un mejor control de la moneda en la nueva nación americana. El plan propuesto para fundar un banco central fue motivo de un cálido debate con fuertes emociones desatadas a favor y en contra del proyecto. Ganó la facción de los pro-Banco. Después de varios años de controversia, en 1791 fue constituido el primer banco central de la América, el Banco de los Estados Unidos. La institución expiró veinte años más tarde, fue renovado por cinco años más, fue vetado por el presidente Andrew Jackson en 1836, recuperó su autorización veintisiete años más tarde en 1863, y finalmente se convirtió en el Banco de la Reserva Federal, el cual funciona como Banco Central de los Estados Unidos de América todavía hoy.
Aunque en los Estados Unidos siempre ha existido una considerable oposición a un Banco Central, el país siempre ha tenido uno bajo uno u otro nombre durante la mayor parte de su historia.
El padre fundador acreditado por la fundación del primer banco central de los Estados Unidos fue Alexander Hamilton, quien se unió al movimiento revolucionario a principio de los años 1770’s y alcanzó el grado de Teniente Coronel y Ayudante de Campo de Washington en el año 1777. Hamilton fue un buen comandante militar y llegó a ser uno de los íntimos amigos de George Washington y del Marqués de La Fayette. Después que la guerra terminó, Hamilton estudió leyes y fue admitido en la Judicatura, y en Febrero de 1784 fundó y se convirtió en Director del Banco de New York.
La meta de Hamilton era crear un sistema bancario en Norteamérica de modelo parecido al Banco de Inglaterra. Hamilton también quería que el nuevo gobierno de los Estados Unidos asumiera todas las deudas contraídas y la convirtiera en una gran deuda nacional. El Gobierno Nacional continuaría aumentando su deuda mediante empréstitos al banco central propuesto por Hamilton, el cual sería propiedad privada y operado por un pequeño grupo de financistas.
¿Cómo era que el Gobierno Norteamericano iba a pagar sus deudas?
¡En un acto de suprema ironía, Hamilton quería colocar impuestos a los bienes al igual que lo habían hecho los británicos antes de la revolución! Una vez que Hamilton se convirtió en secretario del tesoro, abrió la brecha con un impuesto al Licor destilado.
De este impuesto resultó la famosa Rebelión del Whisky de 1794 en la cual un grupo de montañeses se negaba a pagar el impuesto y se comenzaba a hablar abiertamente de rebelión contra el nuevo gobierno norteamericano. ¡Por insistencia de Hamilton, el Presidente George Washington llamó la milicia y acabó militarmente con la rebelión! Hamilton y sus partidarios habían manejado una situación en los Estados Unidos idéntica a la que había establecido Inglaterra antes de la Revolución Americana: una nación profundamente endeudada que tiene que recurrir a pechar con impuestos a sus ciudadanos para poder pagar la deuda. Legítimamente uno podría preguntarse: ¿Para qué ambos señores, Washington y Hamilton, participaron en la Revolución Norteamericana? Simplemente ambos usaron su influencia para crear en Norteamérica muchas de las instituciones que los colonos habían encontrado odiosas bajo la dominación británica.
Esta cuestión es hoy en día (1990) especialmente relevante cuando los Estados Unidos enfrenta una descomunal deuda de más de dos billones de dólares, es decir: dos millones de millones de dólares, o en cifras, $ 2.000.000.000.000, y una enorme carga impositiva a sus ciudadanos, mucho más alta que cualquiera de las que concibió la Corona Británica para imponer a los colonos en el siglo XVIII.
Aunque los planes de Hamilton fueron ampliamente exitosos, no lo fueron sin una considerable oposición. Dirigiendo la lucha en contra del establecimiento de un banco central de propiedad privada estaban James Madison y Tomas Jefferson. Ellos querían que fuera el Gobierno el emisor del dinero nacional, no un banco central. En una carta el 13 de Diciembre de 1803, Jefferson expresó su fuerte opinión sobre el Banco de los Estados Unidos, de esta forma:
“Esta institución es una de las más mortalmente hostil existente contra los principios y formas de nuestra Constitución.”
Y luego añade:
“…..una institución como esta que penetra con sus tentáculos por todas partes de la Unión, actuando por órdenes y al unísono, puede en un momento crítico trastornar al Gobierno. Yo considero que ningún gobierno está seguro si está bajo el vasallaje de cualquier autoridad auto-constituida, o de cualquier otra autoridad que no sea la Nación o sus funcionarios regulares.”
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