Lutero comienza su famosa rebelión eclesiástica en los inicios del siglo XVI. Por este tiempo la iglesia católica había caído en las manos del Papa León X, quien era hijo de Lorenzo de Médicis. Lorenzo de Médicis era la cabeza de una rica familia de banqueros internacionales con sede en Florencia, Italia. La familia Médicis llegó a estar involucrada con el poder papal en una generación anterior en la ocasión de financiar a un arzobispo que más adelante llegó a ser el cismático anti-Papa Juan XXXIII. Bajo Juan XXXIII a los Médicis se les recompensó con la tarea de la recolección de impuestos y diezmos que se le adeudaban a este pontífice.
Los Médicis operaban una extensa red de colectores y sub-colectores para cumplir con este encargo. Los honorarios ganados en esta operación ayudaban a la familia Médicis a ser una de las más ricas e influyentes casa de banco de Europa.
La participación en los beneficios de los negocios de la iglesia por parte de los Médicis hizo que muchas de las actividades puramente espirituales de la iglesia católica se transformaran en empresas de negocios. Por ejemplo: los católicos creían en la importancia de pagar indulgencias. Una indulgencia es el dinero pagado para compensar por los pecados cometidos. Cuando se paga en conjunto con una apropiada confesión de los pecados, la penalidad monetaria a veces puede llegar a ser efectiva en el alivio de la culpa, especialmente si el dinero es usado para auxiliar a la parte injuriada. No obstante esto, la mayoría de las indulgencias iban a parar a los cofres de la iglesia.
Con frecuencia los recolectores autorizados, en este caso los Médicis, estaban mejor enterados que la iglesia sobre cuánto dinero debía pagar una persona penitente para lograr o no cualquier beneficio espiritual. Con esta modalidad es comprensible que muchos católicos se disgustaran y este descontento ayudó a pavimentarle el camino a Martín Lutero.
Los libros de historia nos dicen que Martín Lutero era un sacerdote alemán católico y educador. Había comenzado su carrera como monje de la Orden de los Agustinos y trabajaba duro para mantener también la cátedra de Estudios Bíblicos en la Universidad de Witemberg en la Sajonia alemana.
Como sacerdote católico, Lutero estaba sometido al estricto régimen impuesto a todos los clérigos de la iglesia. Esto incluye la atención regular al confesionario. En el confesionario católico una persona dice a un sacerdote en confidencia los pecados que el confesante ha cometido. Esto está diseñado así para ayudar a desahogar espiritualmente a una persona.
Como ya se mencionó, una confesión adecuadamente bien hecha tiene un efecto positivo, y lo curioso es que parece ser necesaria para el avance espiritual de casi todo el mundo. Por la época de Lutero, sin embargo, las confesiones se hacían de una forma inapropiada casi siempre o innecesariamente en otros casos, lo cual producía poco alivio en la gente.
Eventualmente el mismo Lutero encontraba difícil presentarse en el confesionario.
Había llegado a odiar el hambre de condenación de Dios de la religión católica y como tal, comenzó a perder la fe en el camino de la salvación católica. Además hubo otra razón importante para que Lutero tuviera dificultades con la confesión: él había cometido actos de los cuales se sentía sin voluntad para confesarlos. Lutero declara que trató de purgar por sí mismo cada pecado concebible, pero algunos actos todavía no “eludían” su memoria cuando llegaba el momento de divulgarlos a su confesor. En parte era porque Lutero no sentía que avanzaba espiritualmente y se desesperaba el no alcanzar nunca la salvación. Se sintió obligado a buscar otro camino para la recuperación espiritual que no lo forzara a sufrir la incómoda confesión.
Aunque Lutero evocó muchas críticas legítimas a la iglesia católica y declaraba que él trataba de restablecer la primitiva iglesia cristiana de Jesús, en cierta forma, Lutero era un hombre dirigido y acosado por los demonios de sus inconfesables pecados.
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