La revolución es tan vieja como la historia misma. La gente ha estado rebelándose contra los dioses, los reyes y los padres por milenios y sin embargo apenas los miramos como algo fuera de lo común.
La revuelta de Lutero no fue una verdadera revolución en el sentido del derramamiento de sangre.
Lutero y el Papa no dirigían ejércitos uno contra el otro. Sin embargo, la Reforma uso el trabajo preliminar y proporcionó la inspiración a muchas guerras y revoluciones políticas violentas que estuvieron barriendo al globo en los siglos siguientes.
Una de las más antiguas luchas políticas que creció con la Reforma fue la Guerra de los Ochenta Años, la cual entró completamente en operación en el año 1569. Esta guerra midió a España contra aquella región de Europa que conocemos hoy como Holanda o los Países Bajos, la cual estaba bajo el dominio de la monarquía española.
Una nueva secta protestante conocida como el “Calvinismo”, había surgido por este tiempo. Los calvinistas radicales habían emigrado desde Francia a los Países Bajos y crearon una comunidad de activistas protestantes. Naturalmente, esto causó fricciones entre los reyes católicos devotos de España y la minoría emergente de protestantes en Holanda. La minoría alemana no sólo consiguió la libertad religiosa sino que también ansiaba la libertad política rápidamente. El resultado fue casi un siglo de guerra.
Mucho de la lucha de Holanda en contra de España fue dirigida por Guillermo I, El Silencioso, un monarca alemán que regía sobre el principado alemán de Nassau, (el cual limitaba con Hesse) y sobre la región francesa de Orange, de aquí que la dinastía de Guillermo era conocida como la casa de Nassau-Orange, o más simplemente la Casa de Orange. Guillermo dirigía parcialmente la guerra en Holanda debido a que había heredado grandes extensiones de tierra allí.
El eventual éxito de la rebelión holandesa condujo al nacimiento de la total independencia de los países bajos. Con la independencia llegó el establecimiento de un sistema político y económico que iba a proporcionar un modelo para las revoluciones en otros países.
Los países bajos adoptaron una forma de gobierno parlamentario acompañándola con una reducción del poder de la monarquía. Aunque la casa de Orange llegó a ser la familia real holandesa, y ha quedado así para el resto de los días, el papel del monarca en el nuevo estilo de gobierno quedó reducido al de un magistrado o “jefe del estado”. El jefe del estado no podía oficiar a menos que fuera aprobado por una Asamblea Nacional (los Estados Generales), aunque esto es muchas veces mera formalidad. Uno de los efectos previsto en el sistema parlamentario es el de prevenir que un simple individuo logre demasiado poder.
Nosotros podríamos darle vueltas en la cabeza al por qué la familia real alemana de Nassau-Orange ayudó al establecimiento de un sistema político en el cual su propio poder quedaba reducido. Se puede argumentar que lo hicieron así para estimular el apoyo popular a la rebelión contra España; después de todo la Casa de Orange ganaba una posición permanente en el gobierno. Esto no resolvía totalmente el enredo porque como veremos, otras familias reales alemanas dirigieron golpes y revoluciones en que fueron erigidos casi idénticos sistemas políticos y pocas de esas dinastías estaban actuando genuinamente por impulsos nobles. Una clave para resolver el acertijo se encuentra en el hecho de que aquellas dinastías alemanas estaban profundamente involucradas y comprometidas con organizaciones de la Hermandad. Como veremos mas adelante, la evidencia indica que las familias estaban promoviendo una agenda de la Hermandad desde la cual y por otros medios se beneficiaba a la elegante realeza.
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