ANTECEDENTES DEL ANTIGUO
TESTAMENTO
En la antigüedad la humanidad creía en varios dioses, es
decir, los pobladores del mundo de entonces eran politeístas, la tradición hace
comenzar la historia hebrea en el momento en que el patriarca Abraham abandono Ur,
ciudad sumeria hacia el año 1870 antes de Cristo (a.C.), para dirigirse con su
clan nómada hacia el sur, hasta el borde del desierto de Canaán, el modelo de dios
de Abraham, era un modelo de dios totalmente equiparable a los dioses de la
tormenta, dioses padre o dioses guía de otros pueblos semíticos y
mesopotámicos, este primer dios fue llamado El. Convirtiéndose así en el gran
dios cananeo. En un tratado arameo, de Sefiré-Sudjin, del siglo VIII a.C. y en
otros documentos más antiguos es asociado como gran dios cananeo.
Al asentarse en Canaán el pueblo de Israel, El se establece
como la divinidad principal de la región. Se le representaba como un varón,
patriarcal y gobernante, que se sentaba a la cabeza de un consejo de dioses y
dictaba las decisiones a tomar; esta humanización le separaba totalmente de
otros dioses locales, como Haddu “el del viento tormentoso”, que no eran más
que simples fuerzas de la naturaleza.
Israel se vio obligado desde muy pronto a afirmar la
existencia de un único dios. Se trata en realidad, de un monoteísmo puramente
practico, de un “henoteísmo” según la terminología habitual, puesto que no se
ponía en duda la existencia de otros dioses. Estableciéndose como una necesidad
para mantener el orden en una sociedad como la israelita de la época conformada
por miserables, temporeros, esclavos y bandidos, se requería una ley cualquiera
que viniera sancionada con sello sobrenatural. La sumisión que, desde el
principio de la historia hebrea, se rindió a la ley es la fuente de una veneración
que, al confundir lo que fueron reglamentos humanos, elaborados para
posibilitar la convivencia social, cimentaron las bases de una fe religiosa que
ha llegado hasta hoy manteniendo el cumplimiento estricto de esos mandamientos
como la vía para “resultar agradable a los ojos de dios”.
De este modo, siguiendo las formulas empleadas por los
escribas egipcios y mesopotámicos para referirse a sus reyes, los escritores
bíblicos también presentaron al rey David como un protegido de dios haciéndolo
un mesías. Empleándose luego a dios como excusa para imponer de golpe el
principio de la monarquía hereditaria.
Los importantísimos descubrimientos arqueológicos realizados
en el Oriente Próximo durante el siglo XIX, trajeron como consecuencia una
imparable curiosidad científica que animo a los expertos a profundizar sobre
las circunstancias de los redactores de la biblia, para determinar las
peculiaridades de aquellos quienes la escribieron.
La forma actual de los libros históricos y legislativos de
la biblia tiene poco o nada que ver con los documentos originales en que se
basaron, ya que son el resultado de la amalgama de diferentes colecciones
documentales y tradiciones orales que fueron puestas por escrito y, a menudo,
reescritas, reinterpretadas y ampliadas en épocas distintas, por personas y
escuelas diferentes.
Las más antiguas recopilaciones de tradiciones que aparecen
en Génesis, Éxodo, Levítico y Números se remontan a algún momento, de fecha
imprecisa dentro de la denominada época de los reyes, probablemente dentro del
reinado de Salomón (970-930 a.C.), que es cuando se desarrolló la
historiografía israelita. En estos libros aparecen claramente identificables
los textos pertenecientes a dos fuentes tradicionales muy distintas, el
yahvista y el elohista. La observación de estos tres analistas; Henning
Bernhard Witter, Jean Astruc y el erudito alemán Johann Gottfried Eichhorn fue
tan sencilla como darse cuenta de que en los libros del Pentateuco (los cinco
primeros de la biblia, que tienen a Moisés por supuesto autor) había muchas
historias que se duplicaban, pero que lo hacían con notables contradicciones al
relatar los mismos hechos, usaban estructuras de lenguaje diferentes y, en
especial, variaba de uno a otro el nombre dado a dios: uno le identificaba como
Yahvé y el otro como El o Elohim (plural de El, dioses), de ahí el nombre que
se dio a esas fuentes.
Dado que ambos autores escribieron al dictado de los acontecimientos
sociopolíticos que les tocó vivir y de las necesidades legislativas que se
derivaron de esos momentos, el análisis de contenido de sus textos muestra
claramente como el yahvista vivió en Judá mientras que el elohista lo hizo en
Israel. En algún punto de la historia ambas tradiciones se juntaron y fundieron
en una sola. Veamos lo que apunta Richard Elliot Friedman, teólogo y profesor
de hebreo de la Universidad de California, el razona que: “En el curso de las
investigaciones sobre la antigua historia israelita, algunos investigadores han
llegado a la conclusión de que, históricamente, solo una pequeña parte del
antiguo pueblo israelita se convirtió realmente en esclavo de Egipto. Quizá
solo fueron los levitas. Después de todo, es precisamente entre los levitas
donde encontramos gentes con nombres egipcios. Los nombres levitas de Moisés,
Hofni y Fineas son todos egipcios, no hebreos. Y los levitas no ocuparon ningún
territorio en el país, como hicieron las otras tribus.”
Estas investigaciones sugieren que el grupo que estuvo en
Egipto y después en el Sinaí adoraban al dios Yahvé. Después llegaron a Israel,
donde se encontraron con las tribus israelitas que adoraban al dios El. En
lugar de luchar para decidir que dios era el verdadero, los dos grupos aceptaron
la creencia de que Yahvé y El eran un mismo Dios. Los levitas se convirtieron
en los sacerdotes oficiales de la religión unificada, quizá por la fuerza o
bien por medio de la influencia. O quizá no fue más que una compensación por el
hecho de no poseer ningún territorio. En lugar de territorio recibieron, como
sacerdotes, el diez por ciento de los animales sacrificados y las ofrendas.
En 1798 los investigadores ya habían ampliado la nómina de
redactores del Pentateuco de dos a cuatro, al observar que dentro de cada
fuente también se daban duplicaciones de textos con personalidad propia y
definida. Así se descubrió la fuente denominada sacerdotal, que se ocupa,
fundamentalmente de fijar las costumbres relativas al culto y los ritos. Estos
tres compiladores, yahvista, elohista y sacerdotal, redactaron los cuatro
primeros libros del Pentateuco y una cuarta fuente, bautizada como el
Deuteronomista, redacto el quinto. Quedaba así definitivamente demostrado que
Moisés no escribió la parte más fundamental de la Biblia.
El Deuteronomio y los seis libros que le siguen en la
Biblia, los de los denominados “Profetas anteriores” (Josué, Jueces, I y II
Samuel y I y II Reyes) fueron escritos en Judá, probablemente en Jerusalén,
durante el siglo VII a.C., por la mano de un recopilador que se basó en tradiciones
y documentos ya existentes para narrar la peripecia del pueblo de Israel desde
su llegada a Palestina hasta la toma de Jerusalén por Nabucodonosor hacia el
año 587 (fecha en que dio comienzo la época de exilio y cautividad).
Tras las investigaciones científicas modernas, resulta
evidente que el Deuteronomio, que supuestamente fue encontrado por el sacerdote
Jilquias bajo los cimientos del templo de Jerusalén en el año 622 a.C., así
como el resto de los escritos deuteronómicos, fue redactado para proporcionarle
al rey Josías una base de autoridad (“el libro de la Ley” se atribuyó a Moisés/Dios)
en la que fundamentar definitivamente su reforma religiosa, que centralizo la religión
alrededor de un solo templo y altar, el de Jerusalén, y dotó de gran poder a
los sacerdotes levitas. Nos encontramos, por tanto, ante lo que ya en 1805 fue
calificado de “fraude piadoso” por el investigador bíblico alemán De Wette.
José Mendoza
17-08-2016
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